Este próximo 10 de febrero, “cumple” 25 años la primera invernal de la Via de los Burgaleses en la cara Noreste de Curavacas.
Hace unos días haciendo limpieza por casa, apareció una vieja revista; el numero 1 de la revista Pañahorada editada en su momento por el Club Alpino Burgales. En ella, figura el artículo que escribí en su día sobre esta primera invernal cuando yo tenía 23 añitos.
No os quiero aburrir pero me he atrevido a transcribir literalmente dicho artículo acompañado de varias fotos -diapositivas en su día- de aquella “aventura”.
Después de 25 años, la verdad es que al leer el texto, me salen un poco los colores, pero hay que ponerse en situación y retroceder ese montón de años, cuando el sexo era seguro y la montaña peligrosa.
Primera invernal a la “Vía de los Burgaleses” en Curavacas.
Publicado en la revista Peñahorada, del club Alpino Burgales. Num. 1 – 1984
Una de las frases más bonitas que he oído para definir a los montañeros es “Conquistadores de lo inútil”, y eso es precisamente lo que me pregunto yo ahora en esta pequeña plataforma llena de nieve. Si todo esto es realmente inútil o merece la pena.
Pero todo empezó antes, mucho antes. Hace cuatro inviernos, cuando después de hacer junto a mi compañero Aspi, la primera invernal del espolón Norte del Espigüete, pensamos que la siguiente que debíamos intentar seria la Vía de los Burgaleses en Curavacas, que tampoco estaba hecha en invierno.
Aquel mismo invierno, un sábado subimos a dormir al Collado del Hospital y el domingo con un tiempo esplendido tuvimos que renunciar en la misma base de la pared dada la malísima calidad de la nieve.
Al verano siguiente Aspi la hizo junto con Zarza, lo cual le sirvió para conocer la vía, pero el reto del invierno seguía en pie.
En el invierno del 81 de nuevo lo intentamos. Esta vez estaban junto a nosotros dos, Alberto Poncio y Cesar Tome, pero otra vez la fatalidad estaba con nosotros y no conseguimos ni acercarnos a la vía, pues durmiendo en le collado nos cayo una buena nevada y tuvimos que bajar empapados y desilusionados.
Después de aquella intentona no volvimos hasta este febrero pasado. De nuevo los cuatro del último intento y otra vez fracaso en el vivac en el mismo collado, aunque esta fue peor, pues en lugar de una nevada los que nos pillo fue una tormenta en toda regla.
Pero dicen que el que la sigue la consigue, y el pasado día 10 de febrero, salimos de Palencia dispuestos a intentarlo una vez más. Ahora sin Aspi en el grupo.
Por la tarde subimos al Collado del Hospital, donde dormimos en una noche fría y rasa. Parece que esta vez el tiempo no nos va ha jugar una mala pasada.
Nos levantamos a las cuatro de la mañana, y a las cinco ya estamos bajando por las pendientes del Hoyo Muerto. La nieve esta helada, pero muy suelta y profunda, pues se ha helado nada más caer y no ha dado tiempo a que se apelmace y endurezca.
Bordeamos el escudo y llegamos al pie de la pared justo cuando la empiezan a iluminar los primeros rayos de sol. Todo parece apuntar a que va ha ser un día esplendido.
Encima de una piedra procedemos a las maniobras mil veces repetidas y mil veces emocionantes: ponerse el boudrier, el casco, colgarse el material, encordarse….
Por fin los tres estamos dispuestos. Miramos por ultima vez la pared desde lejos y digo a mis compañeros: “Adelante, comienza en espectáculo”
Es cesar el que se da el primer largo de la rampa, y de otro largo Alberto y yo llegamos a la terraza inclinada. Esta rampa, en verano fácil, ahora resulta realmente complicada, pues llambrias están recubiertas por una capa de nieve blanda, suficientemente gruesa para tapar todas las presas, pero insuficiente para subir solo por la nieve con piolet y crampones. Aquí es donde empieza la vía de los Burgaleses.
En la ficha, el primer largo lo define como una canal vertical que acaba en la base de un diedro, pero ahora esta todo tan lleno de nieve, y tan confuso que nos cuesta dos largos llegar a dicho diedro. Primero subimos por unas gradas en vertical, y luego en diagonal a la derecha por una vira, que al irse estrechando nos hace dar un par de pasos que con estas mochilas son de infarto. Además, a pesar del intensísimo frío, nos tenemos que quitar los guantes varias veces lo que nos hace perder muchísimo tiempo.
El siguiente largo continúa por una rampa de nieve y luego por una canal con bloques, y por fin llegamos a la base del diedro, donde encontramos una vieja clavija, la cual nos confirma que vamos bien. A partir de aquí ya todo se parece mas a la descripción de la Guía del Alto Carrión.
Primero con una pequeña travesía nos metemos en el diedro, para luego subir directamente por el. El diedro en sí no es muy difícil, pero desemboca en una terraza llena de nieve inestable por la que tenemos que atravesar a la izquierda. Todos estos pasos de roca a nieve, y de nieve a roca aumentan mucho la dificultad de la escalada.
De esta terraza hay que destrepar un poco y luego subir unos metros hasta una diminuta repisa, donde como no cabemos los tres, me toca estar, ni se sabe el tiempo, unos metros más abajo agarrado a una piedra.
Por fin cesar empieza a escalar y yo subo a la repisa, pero cual es mi sorpresa, cuando veo que aquí estoy casi peor que abajo. Alberto, por lo menos esta ocupado en asegurar, pero yo lo único que hago es tiritar y maldecir a Cesar por ir tan despacio, pero realmente donde esta no se puede ir mas deprisa. Esta subiendo por una placa ligeramente desplomada. Por fin llega a un taco donde hay que hacer la travesía para meterse en la chimenea. El taco esta podrido y lo saca con la mano, así que prefiere meter un empotrador. Por fin se decide a dar el paso y gracias a su habilidad y a sus 1,95 metros de altura, consigue meterse en la chimenea sin demasiada dificultad y a fuerza de arrastrarse por ella llega a un resalte donde le perdemos de vista.
Por la cuerda sabemos que sigue avanzando lentamente, y de vez en cuando nos ducha con una catarata de nieve que se nos mete por todos los sitios y nos hiela aún más.
El tiempo se nos hace eterno y yo ya no siento los dedos, de estar en esta postura tan incomoda, agarrado a un bloque de hielo.
Por fin nos grita que ya ha salido de la vía. Los dos abajo pensamos: menos mal que nos hemos dado en un largo lo que en la guía son dos, pues otra reunión como esta y nos sacan en un bloque de hielo.
Alberto es el siguiente en subir, así que me tocara estar otro rato aquí, aunque ya un poco mas cómodo. Sube algo mas rápido, pero una vez en la chimenea intenta colgarse la mochila por debajo de el, pero sin saber por que, se le escapa y pasa zumbando a mi lado precipitándose en la Pedrera Pindia. Miro hacia arriba y no le veo, pero se que esta bien, pues le oigo jurar en varios idiomas. El resto de la chimenea la supera a toda velocidad, pues sin mochila que le estorbe, sube divinamente.
Por fin me toca subir a mí, y cuando salgo de la reunión no siento los dedos de las manos. A pesar de todo, subo la placa, pero en la travesía me fallan las fuerzas y por una vez consigo restablecerme, pero la siguiente me caigo, haciendo un péndulo que me mete en la chimenea, por la cual después de mucho resoplido y esfuerzo llego a donde están mis compañeros.
Hemos tardado siete horas en hacer la vía, un compañero ha perdido la mochila (la recupero al día siguiente con algún desperfecto), y a mi me ha costado principios de congelación en siete dedos de las manos.
Se que muchas personas dirán que ha sido inútil y preguntaran: ¿Por qué?, pero otros imaginando la respuesta preferirán no preguntar.